domingo, 8 de junio de 2014

Agripina Melgar

Agripina Melgar se murió de risa. Su vida había transcurrido tranquila, sin sobresaltos, impulsada solamente por la amargura que anidaba en su pecho y que le había dado la forma de ganarse el pan.

Agripina se ganaba la vida llorando; en los velorios acompañaba a los muertos con sus mejores lamentos, se balanceaba de un lado a otro desgarrándose la ropa según la intensidad de la pena, o lloraba enlutada durante días. En las bodas del pueblo las suegras se la disputaban para que se sentara junto a ellas a derramar lagrimas durante la ceremonia entera, igualmente los políticos la contrataban para que se conmoviera con algún discurso. En estos casos Agripina se ponía reacia a participar, pues no le agradaban las hipocresías políticas, sin embargo, cuando los altos jefes le prometían camas nuevas para el asilo ella accedía de mala gana pues sabía que muy probablemente sus días acabarían ahí. Se equivocaba, no le dio tiempo de verse desterrada a un asilo, cuando menos lo imaginaba se murió y de algo que ni siquiera estaba en sus planes: de risa.

Era el velorio de la Madre Crisóstoma en el convento de las hermanas Josefinas. La pobre monja nunca pudo reponerse de un susto y murió delirando mientras juraba que había visto al mismísimo demonio robando azúcar en la alacena. Las hermanas estaban muy conmovidas rezando en silencio. Agripina desempeñaba su papel a la perfección acompañando los llantos; frente a ella cabeceaba la hermana Sufragio, una monja regordeta y bigotona. De pronto, Agripina pudo ver de reojo un grillo trepando por la falda de Sufragio quien siguió repasando las cuentas del rosario entre sueños y sin inmutarse. El grillo desapareció por la rodilla de la mujer, y ésta comenzó a hacer pequeños gestos al sentir las cosquillas en su pierna; el animalito siguió cuesta arriba y la monja comenzó a moverse discretamente. Agripina había perdido ya la concentración y la melodía de sus llantos comenzaba a desentonar al sentir un pequeñísimo temblor naciendo del estomago y subiendo por las costillas, pero desvió la mirada. Sufragio seguía retorciéndose hasta donde su discreción se lo permitía, Agripina la miraba de reojo y sentía que el temblor en su cuerpo iba creciendo a la par que su boca se empezaba a estirar sin poderla controlar.

Finalmente, la hermana se levantó como impulsada por un resorte y comenzó a correr alrededor del ataúd dando alaridos y jalándose la falda, terminó por quitarse las enaguas y siguió dando saltos.

Agripina Melgar no pudo aguantar más y se dejó invadir por el temblor que la sacudía, abrió la boca y de su garganta salió un sonido ronco, afónico, como enmohecido, que poco a poco fue tomando ritmo hasta convertirse en lo que los demás calificaron como risa histérica. La hermana Sufragio, indignada había dejado de correr y se mantenía con los brazos en la cintura moviendo de arriba a abajo su pequeño bigote, lo que la hacia verse aun más ridícula. Las demás hermanas miraban con la boca abierta a Agripina hasta que la madre superiora comenzó a salpicarla de agua bendita, pero ella siguió riéndose hasta que cayó al piso con una sonrisa enorme en los labios y, finalmente, paz en su alma.




1 comentario:

  1. Esta buenisimo!! como me rei, hasta pense que me iba a pasar lo que a Agripina, jajajajajaja

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