viernes, 23 de mayo de 2014

Desnudo por Desnudo

Mientras desayunaba café con leche y una concha de chocolate, Malena reparó en el artículo del periódico que anunciaba la sesión de fotografía del estadounidense Spencer Tunick, famoso por fotografiar cientos de cuerpos desnudos en escenarios urbanos. Esta vez, el fotógrafo estaría en el país y convocaba al público mexicano a posar desnudo en el centro histórico de la ciudad.
Malena sopeó una vez más la concha en el café y miró sus manos marchitas. A los setenta y cinco años, las “flores del sepulcro” cubrían sus manos rugosas.

– Abuela – solía decirle su nieta Rosa – parece que te salpicaste las manos de caldo de frijol.

Posar desnuda, pensó Malena. ¡Que disparate! Ser famosa. Estar –aunque sumida en el anonimato– expuesta en las galerías de todo el mundo. Malena poco sabía de arte y mucho menos del de estos tiempos, pero según veía en la nota el fotógrafo era famoso, había expuesto su trabajo en Europa, era importante.

Terminó su taza de café y cerró el periódico. Miró el reloj de la cocina, eran apenas las 9 de la mañana y en su día no había nada agendado más que preparar la comida para cuando los demás miembros de la familia regresaran. Con calma dobló el periódico y lo guardó junto con los otros periódicos viejos en la covacha. 

El pensamiento seguía ahí, igual que el periódico en la covacha. Malena regresó por él, recortó la nota con la convocatoria para dentro de dos semanas.

A la hora de la comida Malena no pudo evitar mencionar al artista y aventuró un comentario.
– ¿Vieron que viene un gringo a tomar fotos de gente desnuda en el zócalo?
– Pinche gente loca – espetó su yerno Luis – ¿qué ganan con encuerarse?
– Papá –corrigió Rosa, quien a sus dieciséis años era una activista nata – es arte. Es súper famoso, de lo más cool.
– De su arte a mi arte… – siguió Luis con una risa burlona – Delia, gorda, pásame más tortillas.
Malena dejó el tema en paz, pero al día siguiente, a la hora de la cena no pudo evitar retomarlo y anunció

– Voy a apuntarme para salir en la foto

Luis no pudo evitar una carcajada que hizo que el agua de jamaica se le saliera por la nariz

– Perdón suegrita, perdón – dijo limpiándose la boca con la manga de la camisa – con todo respeto, pero usted la neta…

Su comentario se detuvo ante la mirada retadora de su esposa

– Mamá – siguió Delia tratando de sonar paciente – quieres salir en la foto porque te parece muy romántico lo que hizo María Gregoria allá en el pueblo, eso de dejarse retratar por el extranjero…
– … de “ojos color de musgo y barba de fuego” – terminó Rosa la historia cerrando los ojos soñadora – Sí abuela, sí ve. Yo te acompaño.
Ramón, el esposo de Malena, había permanecido mudo durante esas conversaciones, a sus ochenta años le quedaba poco interés por la mecánica de su familia y prefería pasar sus días ausente en sus pensamientos. Pero esta noche se decidió a participar en la conversación.

– María Gregoria era la puta del pueblo – dijo Ramón dando un manotazo en la mesa – mi esposa no va a andar haciendo esas sandeces en público, y menos a esta edad.

Malena agachó la cabeza sintiendo la mirada de su yerno, probablemente reparando en sus pechos marchitos y su vientre arrugado que después de haber parido seis hijos colgaba como delantal sobre su pelvis. Pero para Malena era importante hacer algo diferente con su vida, sentirse ligera de sus ropas de madre, esposa y abuela en el anonimato de miles de desnudos en el zócalo de la ciudad. Malena confió en la mirada silenciosa de Alfonsito su nieto y de sus oídos secuestrados por el ipod, y supo que ese joven sería su cómplice. 

Sin chistar, Alfonso la ayudó a entrar a Internet y registrase para el evento sin formular preguntas inquisitivas. Malena salió del cuarto del adolescente apretando entre sus manos la hoja de registro con la fecha de la cita: lunes 7 de mayo, 6 AM en el zócalo capitalino. Sonrió al descubrirse pensando la pregunta de costumbre ¿qué me voy a poner?

Durante las dos semanas siguientes, Malena soportó la burla de toda la familia y la amenaza eterna de Ramón
– Pobre de ti y te atreves a esa tontería, primero muerto a que mi esposa se esté exhibiendo encuerada ante toda la ciudad y peor aun en el extranjero.
– Déjala abuelo – salía Rosa en defensa – si se va a hacer famosa, este fotógrafo expone en todo el mundo
– Pa’l caso – terció Luis – que salga en el pleiboy ¿no suegrita? así aunque sea nos saca de pobres.

El 7 de mayo el nuevo día llegó despacio a la plaza, pintando de tímidos rayos las paredes centenarias de la catedral, bañándola de una luz azul pálido.

Cuando Malena llegó a la plaza, miles de personas esperaban pacientes la llegada del fotógrafo y su equipo de producción. Se preguntó qué había impulsado a participar al resto de los presentes quienes se cobijaban del fresco de la mañana aferrándose a sus ropas, anticipando el frío que sentirían al despojarse de ellas para la fotografía. Malena reparó en que, en esta ciudad tan clasista, la ropa era un medio para identificar el estrato de donde provenía cada persona, y se preguntó si al verse desnudos en la plaza finamente encontrarían una igualdad en este país de contrastes. Poco a poco fueron llegando el resto de los participantes y el equipo de organizadores comenzó a repartir órdenes tratando de coordinar a la multitud que llegó a sumar 18 mil personas y a pedirles que comenzaran a desvestirse.
– ¡Atención! Las ropas se dejarán en estas cajas de cartón bajo las carpas, aquí vienen a recogerlas al final de la sesión.

A Malena se le hizo un nudo en el estómago y por un segundo quiso desistir del proyecto, ya no le pareció tan romántica la idea de acostarse junto a un gordo de testículos morados o junto a una joven veinteañera con todavía todo en su lugar que haría que Malena cayera en la nostalgia y la vergüenza. Al mirar al suelo encontró rastros de perejil y cebolla picada todavía frescos, y más allá un charco con agua y grasa de anafre. Estuvo a punto de salir corriendo, pero esas imágenes se disiparon cuando sintió su desnudez y el aire fresco de la mañana golpear su piel. Por primera vez en muchos años se sintió libre al verse desnuda, como cuando era niña y se metía a nadar en la zanja detrás de su casa en el pueblo y no había nadie ni nada más que ella y el agua fría.

Parada frente a palacio nacional Malena se sintió libre, desnuda, importante. Aún perdida en el anonimato de la multitud sabía que estaba contribuyendo a formar una obra de arte, y aún siendo un pequeño punto en la fotografía estaría expuesta en las paredes de un museo.
Por estar sumida en sus pensamientos casi no pudo reconocer a su hija y su nieta quienes la tomaron de la mano, compartiendo su propia desnudez, seguidas de su yerno, quien a regañadientes se desabrochaba la hebilla del cinturón y se despojaba de su camiseta deportiva, uniéndose al anonimato de aquella masa desnuda.

4 comentarios:

  1. Definitivamente asombroso, nos llevas de la mano a ver por un momento la importancia de Malena y que pudo al final haber sido la victima injustificada de los males del prejuicio al cabo la moral es única cuando se trata de ser libres.
    Me gusta Andrea Felicidades y abrazo a la familia

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  2. Estimada Andrea: me complace darle la bienvenuda a este grupo, donde creo que a varios les gustará su propuesta. Siento que pudo haber explotado más el momento en que la protagonista se desprendía de su ropa, personalmente sentí ese momento demasiado rápido. La felicito, es una historia buena con un estilo ágil y agradable.

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  3. Muchas gracias por sus comentarios Tia Toncha.

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