sábado, 17 de mayo de 2014

El día que me quieras

Rosaura se levanta todas las mañanas con la voz de Luis Miguel cantándole al oído “Si nos dejan”. Mientras abandona la cama y se quita los rizadores del pelo, ya está repasando los nombres que llevarán sus hijos el día que los tenga: Mario Alberto, Juan Eduardo, Miroslava, Alma Delia y Corín, de éste último no está tan segura pues nunca ha sabido a ciencia cierta si es masculino o femenino.

Hoy pone un cuidado especial a su arreglo, sabe que es el día que ha esperado tanto tiempo. Enfunda sus caderas de trasatlántico en una falda de terlenca color lila con pequeños lirios rosas   y retoca el rojo amapola de las uñas de sus pies. Cuando empieza a aplicarse sombra azul pastel en los párpados, ya está en brazos de Ricardo Montaner cantándole “y llevarte a la cima del cielo...”. Al ritmo de ésta melodía Rosaura se dirige a La Baronesa, la pastelería que heredó de su abuela junto con el consejo de que “a los hombres se les conquista por el estómago”. Sus pasteles son famosos no sólo por el delicioso sabor de sus betunes, sino por que ha pasado de los tradicionales adornos de rosas y corazones a elaborados querubines, centauros, doncellas seducidas por faunos y otras fantasías que Rosaura ha ido desarrollando en su cabeza durante tantos años de leer novelas de amor.

Desde que tiene uso de razón, Rosaura vive para el momento en que el hombre ideal atraviese la puerta de su vida y, como Juan Antonio a María Aldonza en “Fuego y Ceniza”, se la lleve en una motocicleta negra para hacerla feliz el resto de sus días  Esta vez está segura de que finalmente ese hombre aparecerá, porque eso fue lo que le dijo Mamá Encarna, la adivina. Hace unos meses Rosaura estaba un poco desilusionada de esperar y, sintiendo que ya los treinta y tantos pesaban sobre sus zapatos de tacón fue a ver a la adivina, ella había pronosticado que muy pronto un hombre se presentaría en su vida acompañado del Arcángel San Rafael, aliado de los buenos maridos.

Rosaura abre La Baronesa con una enorme sonrisa y en cada cliente que entra trata de adivinar a quien el Arcángel le ha de traer. Busca en cada uno de sus ademanes uno sólo que le revele que Él también la ha estado esperando, pero ninguno de estos hombres mandados por sus esposas, madres o patronas a buscar un pastel, parece interesarse en los pechos opulentos de Rosaura ni en su detallada crónica de la boda de Lucero y Mijares que "aunque ya no estén juntos y no me importen los chismes que digan de Lucero, fue una boda como de princesa". Al contrario, los clientes parecen asustados ante las fuertes manos de Rosaura apachurrando la duya como si se tratara de hombres vulnerables. Ella no desiste, sabe que hoy es el día.

Al caer la tarde, mientras Rosaura hace violetas y crisantemos de migajón, entra en la tienda un muchacho que pide un pastel tres leches. Al alargar el billete para pagar, Rosaura alcanza a ver su brazo moreno tatuado con unas hermosas alas. Le pide al muchacho que le enseñe el tatuaje y cuando él – cohibido – lo hace, ella puede descubrir que es la imagen reproducida de un arcángel empuñando su espada. Rosaura se siente iluminada, está segura de que es Él, a quien  tanto ha esperado. Su primer impulso es írsele encima y abandonarse a sus brazos, pero se contiene, no quiere estropear el encuentro. Se demora un poco poniéndole un innecesario betún al pastel, mientras planea su estrategia y dedica exageradas y empalagosas sonrisas al muchacho, éste desvía incómodo la mirada. Rosaura se lame seductivamente un dedo con betún, pero viniendo de ella resulta bastante grotesco 

–  Conque eres tú ¿eh? – pregunta amelcochando la voz
– ¿Perdón? – titubea el joven.
–  Yo también te estaba esperando.

Rosaura rodea el mostrador y se acerca al muchacho mientras se abanica con la espátula, el muchacho retrocede, ella vuelve a avanzar. El joven intenta correr hacia la puerta, pero ella se le adelanta y cierra la puerta con llave, se guarda la llave en el escote.

– Ven por ella dice juguetona mientras lanza otra risita tonta y vuelve a lamer la espátula.

El muchacho está asustado, corre hacia la trastienda pero no hay salida. Rosaura se está poniendo nerviosa también, no quiere dejar escapar esta oportunidad. Ella no sabe qué hacer y en un intento por detenerlo se abalanza sobre él haciéndolo caer golpeandose la nuca con filo del mostrador. Rosaura se arrodilla  a su lado y le sostiene amorosamente la cabeza ensangrentada, se disculpa por lo que acaba de hacer mientras le acaricia los cabellos y le besa los párpados. Ve que el muchacho no responde y se da cuenta de que ya no podrá escucharla.

Ya entrada la noche, saca el cuerpo y  amorosamente lo entierra en el patio trasero, mientras canta boleros: una discreta tumba que podrá ver  a diario desde la ventana de la trastienda.


A la mañana siguiente Rosaura está atendiendo a varios clientes, trata de actuar como si nada hubiera pasado pero ya  lleva el dolor de viuda sin haber sido nunca novia. Está demasiado ocupada para  ver en la calle de enfrente al repartidor de UPS que la mira con ternura, como tantas veces la ha mirado de lejos, suspirando mientras acaricia en su tablero una estampita de San Rafael Arcángel.


© Andrea Marvan

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